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Bienvenid@s al blog del Proyecto de Coeducación del CEIP Sierra de Cádiz, de Algar.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Webquest Rosa Caramelo

Video Rosa Caramelo

Violencia de Género

Este vídeo es claro y demoledor.

EL MALTRATADOR ¿NACE O SE HACE?

Cuando vemos a adolescentes violentos tanto con sus compañeros y compañeras como con sus padres, ¿qué es lo primero que pensamos? Pues lo mas normal es que pensemos que esa persona no ha tenido educación, ¿y si les preguntamos a sus padres? Es muy posible que te cuenten que el niño o la niña han sido malos desde pequeños.
Claro está que cuando nace un niño o una niña están condicionados desde primera hora por el ambiente social que le rodea pero cuando nace una persona no tiene ideas, idioma, religión o moral, ¿de qué depende su conducta? Evidentemente, la familia, el entorno, los amigos influyen bastante pero el colegio también tiene un gran papel. De ahí la importancia del trabajo conjunto entre familia-colegio.
El maltratador nace de una familia en la que haya violencia y no diálogo, de una familia que le consienta demasiado por ser el más pequeño, hijo único o tener alguna deficiencia, de una familia que pretenda ser demasiado liberal en la educación del niño o la niña, de una familia que no consienta ningún tipo de castigo o de una familia que consienta demasiado las rabietas y signos violentos del niño solo por pensar “es un niño”, “con lo pequeño que es y el genio que tiene”.
Debemos tener en cuenta que el niño va haciéndose desde su primer día y debemos darle los estímulos necesarios para que sea una persona perfectamente integrada en la sociedad, un ser sensible y respetuoso, con una conducta adecuada y un gran poder del diálogo ante cualquier situación.

martes, 2 de noviembre de 2010

Testimonio desde lo más recóndido de mi conciencia

Al examinar mi vida y mi matrimonio después de tantos años de infelicidad, he llegado a unas conclusiones que quiero compartir, con la esperanza de que mis experiencias ayuden a otras personas que estén o hayan estado en una situación similar.

Durante la batalla campal que fue mi matrimonio estaba tan enfrascada en defenderme de las agresiones y en exigir mis auténticos derechos, que :

Me refugié en mi trabajo para poder olvidarme de mi dolor, de mi soledad, y del infierno en que estaba viviendo. Construí de ese modo un mundo aparte donde no admití ni siquiera a mis hijos. Me sentía abochornada de toda nuestra familia. Sentía que era cómplice de un secreto sucio y terrible y que tenía dos vidas : la que el mundo veía y la que yo en realidad vivía en nuestro hogar.

No les dí a mis hijos todo el amor y la atención que hubiera querido darles, todo lo que yo no recibí tampoco cuando era una niña y tanto necesitaba también.

No cuidé de mí misma. Sin siquiera darme cuenta, pasé por alto no solo mis necesidades de comunicación, amor, ternura y compañía, sino lo que es aún peor, las de nuestros hijos.

No tuve la paciencia necesaria para enseñar amorosamente a nuestros hijos porque estaba continuamente llena de ira reprimida y de resentimientos contra mi abusivo esposo.

A veces - sólo Dios sabe cuántas - le dí quejas a mi esposo de nuestros hijos porque no me sentía capaz de administrar la disciplina. Entonces él los golpeaba o les gritaba y yo tenía que intervenir para defenderlos.

No tuve la valentía de admitir ni siquiera a mí misma, que lo nuestro no era un verdadero matrimonio, que no había verdadero amor, respeto o ni tan siquiera amistad entre mi esposo y yo; sino que se trataba de una relación muy enferma, dañina para nosotros y para nuestros hijos. Me decía a mí misma que no me separaba de mi esposo para que mis hijos tuvieran un padre aunque este no fuera bueno. Pero en realidad era porque no me sentía segura de mí misma y por no tener quien me apoyara.

Viví demasiado tiempo con un hombre con quien nunca fui feliz, renunciando a la felicidad y al amor porque creía que no los merecía. Pensaba, engañándome a mí misma, que valía más como persona que mi abusivo esposo por soportarlo.

Mi ceguera espiritual y mis heridas no me permitían ver el daño tan grande que estaban sufriendo nuestros hijos, hasta que ya fue demasiado tarde para evitarlo.

Del mismo modo que mi esposo fue un mal ejemplo para nuestros hijos varones de lo que es ser un hombre, yo fui para nuestra hija el mal ejemplo de lo que es ser una mujer. Debido a esto, ella se casó con un hombre que también la abusó emocionalmente como lo había hecho su padre con ella y conmigo. De mí aprendió a negarse a sí misma sus propias necesidades, a renunciar a su dignidad de mujer, a su derecho al respeto y a la felicidad.

Permití que la familia de mi esposo también me humillara y en una ocasión hasta me maltratara de palabra y hecho. Permití que mi esposo pusiera primero a sus padres, por encima de mí y de nuestros hijos. Permití que me anulara casi por completo como mujer, no me permitiera salir a ningún lugar sola, tener amistades, hablar por teléfono, cortarme el pelo o muchas otras cosas más.

Todo esto lo permití yo, nadie me obligó a hacerlo. Simplemente no sabía cómo darme valor a mí misma o establecer límites con respecto a mi persona. Jamás me había sentido verdaderamente aceptada, amada o valorada por alguien, hasta que conocí a Jesús y pude poco a poco comenzar a valorarme, a darme cuenta de mi dignidad de hija de Dios, y a cambiar mi vida.

Hoy le doy gracias a Dios por haberme sanado y confío en su misericordia divina, para la sanación de mis hijos.

DÍA CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO. Conoce algunos testimonios

Testimonio de una esposa

"Mi marido me humilló desde el comienzo de nuestro matrimonio. No me sentía respetada. Me decía que todo lo hacía mal…; era como estar hundida en un pozo. No tenía libertad, vivía coaccionada. Se enfadaba hasta cuando quería estar con mi familia. Acabó con mi dignidad y llegó un momento en que no me valoraba a mí misma como mujer, como persona. Creía que no valía nada; me abandoné, me daba igual mi aspecto. Si tomé la decisión de separarme, lo hice sólo por mi hija, porque decidí que no vería a su madre en una situación tan denigrante. Él nunca me quiso. Pensaba que se había casado con una sirvienta.
"Me gustaría que quedara claro que las faltas de respeto pueden darse en cualquier persona, sea hombre o mujer. No son los hombres los únicos agresores, si bien es cierto que las estadísticas indican que son la gran mayoría. Normalmente se piensa que las personas que sufren estos problemas tienen un nivel cultural bajo, así como problemas económicos. No siempre es así. Tanto mi ex-marido como yo tenemos estudios superiores. Una de las cosas más tristes de este problema es que muchos hombres y mujeres piensan que el trato conyugal debe ser así…, porque nunca han conocido otra cosa."
(Tomado de "Si hay amor y respeto, publicado en "Alfa y Omega", No. 247/15-11-2001, Madrid, España.)